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Francisco

Antes de empezar, cumplo en avisar que escribo suponiendo que quien me lee es una persona que, o bien es creyente, o puede ponerse por un momento en ese lugar. A quien toda creencia religiosa le parezca ridícula, le recomiendo no perder el tiempo leyendo lo que sigue.

Ocurrió algo muy extraño el día de la elección del papa nuevo. Oi las campanas de una iglesia, y supuse que había pasado algo. Prendí la tele. No tenía ninguna esperanza, hasta me había pensado una respuesta: «el Espíritu Santo no inspira al que no se deja inspirar». O «para intentar practicar lo que enseñó Jesús, no necesito a esos tipos encerrados eligiéndose entre ellos, la iglesia es otra cosa». Y había un señor muy viejito, dando el anuncio en latín. Lo único que entendí fue el apellido del papa.

Al rato salió el tipo y dio su discurso en un italiano tan criollo que hasta lo entendí. Se cerró el balcón e inmediatamente, en mi barrio se cortó la luz. Tenía ganas de seguir viendo la tele, consultar varios sitios Web y las redes sociales, pero no podía. Ahí estaba, yo solito con lo que había visto y oido. Entonces me salió rezar. Y me salió también este texto que sigue, con algunas ideas sueltas.
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Antes que nada, el hecho de que sea compatriota me tiene sin cuidado. No me importaba de donde viniera, sino hacia donde va.

Me llamó la atención enterarme del nombre y también del «I». Francisco no es un nombre, es un manifiesto. Pobreza, renovación y ecología, tres palabras que se me vinieron a la mente. El hecho de que sea el primer papa que elige ese nombre me sorprendió mucho. ¿Nadie tuvo ni siquiera la intención de identificarse con el santo de Asís? Más vale tarde que nunca, dicen.

El hecho de no tener ornamentos suntuosos, de saludar «buona sera», como si fuera un vecino más, de rezar las oraciones más sencillas, son pequeños gestos que me parecen valiosos.

Solicitar la bendición del pueblo e inclinarse ante él me pareció un gesto de una audacia impresionante.

Y lo que me pareció más importante, absolutamente impensado: no mencionó ni una sola vez la palabra «papa». Se definió como «Obispo de Roma». Y no le habló al mundo, sino a la ciudad, a la Iglesia local. La Iglesia local que «preside en la caridad» a todas las otras. Me parece leer allí que el nuevo papa aboga por un modelo de Iglesia cuyo gobierno esté menos centralizado en la figura del papa, que debería ser un obispo más, con algunas atribuciones extra. La diferencia puede parecer sutil, pero es enorme. De un modelo en el que todo pasaba por Roma, parece surgir otro, en el que cada Iglesia local tendría una autonomía casi absoluta. Ese «casi» lo llenaría el Obispo de Roma, es decir, el papa, para aquellas cuestiones puntuales que interesan a toda la Iglesia en su conjunto. Y como las iglesias locales son las que están ahí, en el mundo, es posible que las decisiones que se tomen sean más parecidas a las que vienen haciendo falta. Todos esos anhelos disparados por la frase «obispo de Roma»… no es poco.

Está claro: todos estos son gestos. Serán las decisiones que tome el nuevo papa las que nos digan si son una careteada para la tribuna. O no. Quizá realmente los signos dados la tarde de su elección marcarán la impronta de su tarea pastoral.

La iglesia necesita desesperadamente una renovación profunda, volver a parecerse al grupo de pescadores que escuchaban las enseñanzas de un carpintero. El mundo necesita más pescadores y menos cardenales. Más evangelio y menos curia. Más servicio y menos poder. La evangelización que viene desde un lugar de poder produce sumisión o rebeldía, pero nunca conversión. «El fuego, pa calentar, debe ir siempre desde abajo», decía don Jaime De Nevares.

Pertenezco a una iglesia que sigue teniendo prendido el farol que encendió el Nazareno, pero que lo escondió hace tiempo abajo del catre. Pero creo que este nuevo papa puede dar los primeros pasos en la revitalización de la Iglesia. No van a haber cambios bruscos y espectaculares, eso es seguro. Pero quizá inicie tímidamente una reforma que se vuelva imparable. Soy un tipo que tiene la esperanza difícil y el desencanto siempre a mano. Y de golpe, con la primera aparición de Francisco, me permito un acto de ingenuidad, amar sin presentir. Y si hay mucha gente a la que le haya pasado lo mismo, a lo mejor podamos construir el sueño de Jesús. Con el papa, esperemos. O a pesar del papa si es necesario. Desde abajo, como quería don Jaime.

 
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Publicado por en 16/03/2013 en Personal

 

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